Cada vez se habla más de ella en los centros educativos y en eventos destinados a promover el desarrollo profesional y personal de educadores, psicólogos o personas interesadas en alcanzar un mayor equilibrio y felicidad en sus vidas. Por eso hoy hablamos con nuestra compañera Claudia Xibixell, Orientadora Escolar y Coordinadora del Wellbeing Group del British Council School, que nos aclara qué es la inteligencia emocional, cuáles son sus beneficios para niños y jóvenes y cómo puede favorecerse en los centros educativos y en nuestros propios hogares.
¿Qué significa ser emocionalmente inteligente?
-La inteligencia emocional es la capacidad que tenemos las personas para poder detectar, reconocer y gestionar las emociones propias y ajenas. Se refiere también a una capacidad para manejar una serie de habilidades sociales y actitudes.
Los elementos que la componen son: a) la conciencia de uno mismo como ser que siente, piensa y se relaciona con otros en diferentes entornos; b) la capacidad para una apropiada autorregulación de las emociones que sentimos; c) un adecuado control de impulsos que nos permite pensar antes de actuar, previa valoración de las consecuencias que nuestros actos pueden acarrearnos y d) la capacidad para regular los niveles de estrés y ansiedad. Por lo tanto, ser emocionalmente inteligente significa contar con estas habilidades y destrezas al servicio de una vida más equilibrada y productiva.
¿Qué beneficios genera a corto y a largo plazo para nuestros hijos?
-Los beneficios de la inteligencia emocional infantil son muchos porque ayuda a promover una adecuada autoestima y una mayor resiliencia, que se define como aquella fortaleza interior que desarrollamos, en mayor o menor medida, para no sucumbir frente a los conflictos o avatares de la vida. El autocontrol y dominio de las emociones hacen que ponderemos las circunstancias vitales que atravesamos sin llegar a desbordarnos por las emociones y sentir pérdida de control sobre las circunstancias que nos tocan vivir.
A corto plazo, es beneficioso para nuestra autoestima, pues sentimos que controlamos las circunstancias y no al contrario.
A largo plazo, favorece el autoconocimiento y la madurez personal porque las experiencias vividas pasan a formar parte del bagaje experiencial que reafirma nuestra identidad y nuestra capacidad para gestionar conflictos. Un componente destacado de la inteligencia emocional es tolerancia a la frustración y la capacidad de espera, que nos proporcionan un equilibrio emocional interno que fortalece nuestra personalidad haciendo que tendamos a vivir una vida más equilibrada y productiva.
Según señala D. Goleman, con el tiempo llegamos a desarrollar una compasión y un respeto por el prójimo que nos anima a ser más solidarios y libres.
¿Por qué se está fomentando cada vez más el aprendizaje de este tipo de habilidades?
-Porque, emocionalmente hablando, podemos alcanzar una vida más saludable para nosotros mismos y, al mismo tiempo, proporcionar bienestar a otros. Ser felices no debería considerarse una utopía. Si entendemos que somos capaces de superar obstáculos y desafíos a lo largo de nuestra vida y que de ellos saldremos más fortalecidos, podremos predicar con el ejemplo y ayudar a las futuras generaciones a ir por el camino del esfuerzo y del logro personal.
Ser emocionalmente inteligentes conlleva el desarrollo de posturas flexibles que combaten el egoísmo y el individualismo, así como la radicalización de las ideas. En el plano de la salud mental, nos ayuda a controlar de manera eficaz el estrés y la ansiedad dotándonos de una mejor calidad de vida y mayor libertad personal.
¿Qué pautas pueden adoptar las familias para alentar la inteligencia emocional en niños?
-La familia juega un papel fundamental en esta cuestión. Es muy importante que los padres, al educar a sus hijos, lo hagan desde la coherencia entre lo que dicen y lo que hacen. De esta manera, se evita provocar en los hijos desconcierto y confusión. Se pretende que los niños sean activos y no reactivos, que piensen en lugar de responder desde el impulso. La familia emocionalmente inteligente, dota a su prole de aquellos elementos imprescindibles para la detección de las emociones, ayudándoles a diferenciarlas y a nombrarlas adecuadamente para no crear confusión. Todas las emociones son importantes, no hay mejores ni peores. El truco está en saber utilizarlas oportuna y proporcionadamente.
El juego, el diálogo, las actividades familiares, en definitiva, las relaciones entre los miembros de la familia, son los mejores canales para ir diferenciando y aprendiendo los diferentes significados que tiene cada una de ellas.
Cuando un niño juega y se frustra porque las cosas no le salen como quiere o cuando un adolescente discute con sus padres, están poniendo en juego una constelación de emociones, sentimientos y pensamientos producto de su mundo interno consciente e inconsciente. No es una tarea fácil para ellos gestionar todas esas experiencias. Por eso, los padres que sí pueden conectar con sus emociones y han sido capaces de mostrar autoconocimiento y autocontrol en la gestión de las mismas, funcionan como modelos referenciales para sus hijos ayudándoles a resolver situaciones de conflicto. No se puede transmitir aquello que no se conoce y eso solo se consigue si se aprende desde la experiencia y no sobre la experiencia.
La función principal de la familia es la de generar amor, esperanza y pensamiento para que los hijos puedan adquirir una autonomía y autoestima que les permita crecer con una adecuada salud mental y emocional.