En los últimos años, ha surgido un meme para redefinir ‘realidad’:
realidad [nombre]: ese molesto tiempo que transcurrre entre el sueño e internet.
Bromas aparte, a medida que vamos resurgiendo de la pandemia, nos enfrentamos a un dilema: ¿debemos regresar a la ‘realidad’ de las tradicionales clases presenciales o continuar con el futurístico (y levemente irreal) mundo del aprendizaje virtual?
A continuación, repasamos algunos pros y contras que debemos considerar cuando llega el momento de elegir el tipo de curso más idóneo para nosotros, así como consejos para mejorar la motivación y el autoestudio.
Online o presencial: ¿qué tipo de curso es mejor para mí?
1. Clases online
a. Pro: el confort del hogar
En los últimos meses, hemos escuchado innumerables chistes sobre estudiantes que se conectaban a sus clases online en pantuflas y pijama. Pero todos ellos destacaban el hecho de que, en ocasiones, nos sentimos más cómodos en las clases virtuales que compartiendo espacio con los compañeros.
Y, a menudo, las clases online causan menos disrupción en nuestra apretada agenda de rutinas diarias, ya que no empleamos tiempo y dinero en el transporte público, conduciendo, aparcando -o estresándonos por la pandemia, las tormentas de nieve o los atascos-. La importancia de estos factores de reducción del estrés no deben desestimarse: diferentes estudios muestran que un menor estrés crónico puede potenciar, significativamente, el aprendizaje y la recuperación de la memoria. O dicho de un modo sencillo: aprendemos más cuando estamos relajados.
b. Contra: la fatiga de Zoom
Por otro lado, las clases online pueden ocasionar lo que comúnmente se ha denominado ‘fatiga de Zoom’: la ansiedad o cansancio provocado por la sobreexposición a las plataformas virtuales de comunicación. Parece que esto ocurre porque las pantallas conllevan una falta de comunicación no verbal –incluidos gestos, postura corporal y el uso del espacio-, lo que significa que nuestros cerebros tienen que trabajar más para recibir y transmitir información.
Para algunas personas, esto supone un desgaste y desmoralización -más aún si la falta de interacción con el mundo real les ha hecho sentirse estresados y solos-. Así que, si pasamos todo el día comunicándonos con pantallas, puede resultar refrescante, relajante, estimulador y motivante conocer y relacionarse con otras personas ‘cara a cara’.
2. Clases presenciales
a. Pro: naturaleza humana
Durante millones de años, hemos desarrollado un alto grado de sociabilidad, lo que significa que nos asociamos, aprendemos y prosperamos en grupos cooperativos. Esta sociabilidad puede replicarse, hasta cierto grado, online. De todos modos, nos puede resultar más fácil conectar, interactuar –y, por extensión, aprender- en clases presenciales, ya que estos entornos hacen más sencillo comunicarse a través del contacto visual y el lenguaje corporal.
Por otra parte, en experiencias multisensoriales presenciales (como ir a clase, a un concierto o partido de fútbol) es más fácil retener y recordar información, que si vemos los mismos eventos en la pantalla. Además, muchos pedagogos creen que aprendemos nuestras lenguas maternas de un modo natural, a través de los movimientos físicos y el lenguaje corporal que activamos en las dinámicas de conversación que se producen en las clases. Teorías aparte, moverse alrededor del aula es, para muchos, simplemente más divertido que sentarse en frente de una pantalla –y considerablemente mejor para nuestra espalda-.
b. Contra: limitaciones de tiempo
Para mucha gente, el mayor problema de las clases presenciales es que les hace consumir un valioso tiempo y energía desplazándose hacia y desde el centro de enseñanza. Si la distancia hasta la institución que hemos elegido es grande, esto puede suponer un problema insalvable, que nos haga simplemente decantarnos por el estudio online.
De cualquier modo, si el transporte público es una opción, podemos hacer un buen uso de este tiempo preparándonos la clase por el camino y reflexionando o consolidando lo aprendido de vuelta a casa. Si nos mareamos leyendo durante el viaje, podemos contarnos (a nosotros mismos) lo que vemos alrededor, en inglés. Si estamos conduciendo y no nos distraemos fácilmente, otra opción es emplear estos trayectos para escuchar podcasts.
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¿Qué puedo hacer para mejorar mi motivación y autoestudio?
Un buen profesor es esencial para un aprendizaje efectivo del idioma, pero también lo es estudiar por nuestra cuenta: dedicar, de forma regular, tiempo y atención para un autoestudio que nos resulte motivante.
Os ofrecemos consejos muy concretos sobre cómo mejorar la pronunciación; comprensión auditiva; expresión escrita; expresión oral, así como claves para aprender inglés en YouTube; a través del cine; música pop; películas y series de televisión.
1. Demos plátanos a ‘nuestros chimpancés’
¿Por qué cuando nos sentamos a estudiar gramática acabamos pasando más rato en Twitter o Instagram? De acuerdo con el psiquiatra británico Steve Peters, nuestro córtex frontal –la débil pero productiva, racional y ‘humana’ parte de nuestro cerebro- ha sido secuestrada por nuestro sistema límbico: la parte poderosa, emocional y, al mismo tiempo, irracional del cerebro.
Como no podemos obviar a ese ‘primate’ que todos llevamos dentro, tenemos que aprender a controlarlo. Una posible solución es ‘alimentarle con plátanos’, o recompensarle por su buen comportamiento. Por ejemplo, podemos premiar a nuestro chimpancé con 15 minutos de redes sociales después de haber estudiado preposiciones durante 45 minutos. O distraer a ese chimpancé (es, decir, a nosotros mismos) saliendo a disfrutar cada día de un café. De este modo, él se deleitará con la cafeína mientras nuestro lado humano se desconectará en paz de cualquier aspecto relacionado con el inglés, durante 30 gozosos minutos.
2. Empleemos el efecto IKEA
El efecto Ikea es un sesgo cognitivo que nos permite atribuirle más valor a las cosas que realizamos por nosotros mismos. Básicamente, los estudios muestran que nos encantan nuestras tambaleantes estanterías de Ikea por el mero hecho de haberlas montado con nuestras manos.
Por eso, proponemos intentar hacer lo mismo con los apuntes de clase: aprender a amarlos separándolos de Ikea (es, decir, situándolos en la clase de inglés) y componiéndolos nosotros mismos. Si nos gusta dibujar, atrevámonos con unas fichas de aprendizaje artísticas. Si nos encanta probar nuevas apps, subámoslas a Quizlet o Cram. Si tenemos una especial debilidad por la historia, decoremos los apuntes de clase con las, a menudo, pintorescas relaciones etimológicas entre las palabras en español y en inglés. (Por ejemplo: ¿sabíais que la palabra española ‘aguacate’ y la inglesa ‘avocado’ provienen de un vocablo azteca que también significa testículo?). De este modo, tendremos la oportunidad de hacer de nuestras notas de clase un material más amable y, en ocasiones, inolvidable.
3. Aprovechando el ‘tiempo muerto’
Como hablante de 15 lenguas, Alex Rawlings es uno de los lingüistas británicos más destacados. El ‘tiempo muerto’ es, para él, todos esos momentos en los que estamos ocupados con tareas mundanas, a la vez que nuestra mente está abierta a la divagación. Hablamos de actividades como limpiar, cocinar, hacer deporte o, simplemente, estar relajados. Todas ellas constituyen grandes oportunidades para multiplicar nuestra exposición al inglés, a través de herramientas como los podcasts o la radio en internet que, además, nos permiten continuar con nuestra vida cotidiana.
A este consejo, añadiría: no hay que agobiarse si no entendemos todo lo que se dice. Dejemos que el idioma nos invada, apreciemos su musicalidad y, con el paso del tiempo, descubriremos gradualmente cómo sus sonidos son cada vez más placenteros, comprensibles y replicables. (Podéis consultar más consejos de Alex Rawlings en este canal de YouTube).
4. Hemingway como inspiración
El gran novelista americano Ernest Hemingway nos ha legado estupendos consejos de escritura que pueden ser aplicados al autoestudio:
a. Para cuando aún estamos ‘arriba’: hacer un alto en el camino, no cuando estemos exhaustos, sino cuando sintamos que ya no estamos progresando. Esto nos ayudará a retomar la tarea más tarde con entusiasmo, en lugar de llegar un punto de aprensión o resentimiento.
b. Emplear un lápiz: Hemingway anima a los escritores a emplear el lápiz por razones de estética, pero para los estudiantes de idiomas el músculo de la memoria involucrado en el acto de escribir a mano contribuye a recordar mejor el vocabulario, que si simplemente tecleamos o hacemos clic en el ordenador.
c. Empezar leyendo lo que ya hemos escrito: Hemingway siempre releía la prosa que había escrito los días de antes. Nosotros deberíamos hacer los mismo con las notas, para ver cuánto hemos aprendido y qué aspectos necesitan más trabajo.
d. Ser breves: la prosa de Hemingway es, reconocidamente, breve. Deberíamos intentar recortar nuestras notas, eliminando las palabras y gramática que ya sabemos, hasta que nos quedamos únicamente con lo que necesitamos asimilar.
Conclusión
Uno de los grandes errores de la historia de la educación es la noción de que cometer errores es algo malo. El camino hacia el dominio del inglés -o de cualquier otra habilidad- está asfaltado con millones de errores. Pero el ejercicio de la constante prueba y error no está reñido con ser valiente, atrevido (y resiliente) a la hora de poner en práctica las habilidades de expresión oral y escrita. Esta estrategia también es aplicable a la hora de elegir los enfoques de aprendizaje del inglés que son mejores para nosotros.
Así que debemos poner en práctica la estrategia de prueba-error y comprobar cuáles de las ideas que os contamos más arriba son aplicables a vuestra vida y aprendizaje. También podemos sacarle partido a la creciente flexibilidad y personalización del aprendizaje que actualmente están ofreciendo los centros de enseñanza de idiomas, y experimentar con diferentes tipos de clases.
Y, si son necesarios más consejos, podemos solicitarle a nuestro profesor asesoramiento extra. Después de todo, aprender un idioma no es solo cuestión de aprender una palabra después de otra: es un particular viaje a nosotros mismos, a aprender cómo aprendemos.
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