Notas introductorias

Las sesiones de mayo y junio han servido para que Cai y los artistas de Debajo del Sombrero sigan estableciendo ese diálogo artístico iniciado en el mes de marzo.

El espacio que se va creando entre ellos y los objetos con los que trabajan genera nuevos lenguajes e interrogantes que no necesariamente requieren respuestas. Un buen ejemplo es el proceso experimental que Luisma está protagonizando con el agua: te invitamos a descubrirlo leyendo esta crónica.

Reflexiones sobre las sesiones (por Cai Tomos)

No sé dónde estás o dónde podrías estar.

Quién puedes ser, quién has sido, lo que haces o lo que no puedes hacer.

Solo sé quién eres tú en este momento.

Ahora, ahora, ahora y ahora.

¿Podemos conocernos a través de una sucesión de "Ahoras"?

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John Cage explicó que esa tarea del proceso creativo consistía en "mantenerse alejado de lo que estaba ocurriendo".  

A medida que el tiempo pasa y empiezan a surgir nuevas ideas, resulta cada vez más útil intentar mantenerse en el lado de lo desconocido. Conscientemente desconocido. Hay una contracción y expansión de la libertad y la estructura del proceso artístico. Nuestra mente inquieta, como las alas de un pájaro, necesita ponerse en marcha para generar energía primero y ser obsequiada después con la rendición. La imaginación galopa a sus anchas como resultado de la energía liberada, como el cuerpo de ese pájaro que acaba suspendido en el aire por gracia y obra de un milagro.

A veces experimentamos esa suspensión cuando nos hayamos inmersos en el proceso creativo, que se manifiesta a través de una integridad que puede ocuparlo y atravesarlo todo. Esta integridad también reta a la razón en el momento en que aparece, de forma esporádica, a través de momentos cargados de significado para el proceso creativo. Después, como ocurre con todo, se desvanece. 

El arte nos permite experimentar con diferentes realidades que coexisten en el tiempo. Quizá su trabajo es mantenerlas orbitando delicadamente juntas en algunas ocasiones para, en otras, empujarlas y hacerlas chocar. Como resultado, se agita nuestro mundo y se despiertan esas percepciones de realidad, a la vez estancadas y deseosas de espandirse. El arte requiere una percepción en movimiento, nunca estática.

Al trabajar con los artistas intento reeducar mi manera de percibir las realidades porque mis hábitos me incitan a priorizar ciertas maneras de ver sobre otras. Trato de diferenciarlas porque cada una implica una presencia propia, un "mirar a" o un "mirar con".

La práctica de la observación o prospección se complica por la variedad de modos en que interpretamos, deconstruimos o somos seducidos por nuestra necesidad de descifrar el arte y su proceso creativo.

Parece que los ojos se fijan atentamente en las apariencias de la forma y actúan como testigos ciegos del diálogo que se entabla en ese espacio entre la persona y el objeto artístico. En ese momento, el proyecto debe girar en torno a la confianza y el valor de lo invisible.

Para mí, la belleza reside en la encarnación de esa relación entre el objeto y el cuerpo. Cómo el movimiento y el ritmo se manifiesta a través de intercambios energéticos que nos invitan a ser testigos del modo en que el mundo del artista se revela a sí mismo ante nosotros.

Hay una tensión entre el discurso en torno al significado emergente -quizás un significado que emana de la acción que se produce en el presente- y ese sentido que vamos construyendo de forma retrospectiva. Ambos forman parte del proceso.

Hoy todo fue un caos, pero lo interpreto como un signo positivo. Ese caos actuó como obstáculo al progreso y resultó ser una bendición oculta. La creatividad es irremediablemente inquieta: cuando intentamos algo con fuerza, dominamos o damos órdenes la estamos invitando a marcharse. Siempre estamos en manos del tiempo, el espacio y el ritmo. Cada uno de ellos pertenece a una familia diferente, pero todos están relacionados entre sí y son inseparables.

Con Luisma estamos trabajando con el agua. Su proceso creativo parece ser el eje o la luz que ilumina la intención del proyecto en su conjunto. El modo en que el agua articula su propia relación con el cuerpo es, a la vez, algo definido y sin definir, como lo son todas las realidades. Él vierte el agua, se la bebe, la derrama, la pone en contenedores, sopla el aire a través de ella y lo que se torna visible es su relación con ella, el esfuerzo que implica, su aparición y su desaparición.

Desde que nacemos, y durante nuestras 3 primeras semanas de vida, los humanos somos un 99% agua. La conexión de Luisma con este elemento me invita a presenciar cómo se produce una conversación fluida entre ambos.

¿Será que el agua llama a Luisma? Cierto placer parece palpable cuando Luisma da forma al agua con sus manos y éstas se moldean en su contacto con ella. El agua se convierte así en un coreógrafo ancestral.